viernes, 22 de diciembre de 2006

La columna de beto

¿Quién necesita toribianitos?
Burros tamaleros, peces que beben, sopas dulces, alegría y placer hasta en las pesadillas de un superviviente a cantante escolar de villancicos.

TUQUI-TUQUI-TUQUI-TUQUI. Nos hicieron un daño. Creyeron que era una gracia uniformarnos con pantalón Maruy de lanilla ploma, chompita roja de dralón y corbata michi. Nos condenaron, sin saberlo, a penar por el mundo, de estudiantina en estudiantina, de coro en coro, de tuna en tuna. Aprovecharon, claro, nuestro aspecto blandengue y anodino para humillarnos en público, poniéndonos a ejecutar, ilusionados, las coreografías más estúpidas y abyectas. Nos prometieron un fulgurante destino de auténticos Joselitos peruanos que jamás llegó. Lógico: con la complicidad de estólidos padres o apoderados, se les hizo más sencillo estafar a muchos de esos pobres párvulos esqueléticos o rechonchos que, por la ley de la naturaleza, llevan brackets con armazón exterior, medias azules de hilo, protectores de cuero cosidos en las rodillas y los anteojos photo-gray asegurados al cuello con un pasador para que no se vuelvan a hacer trizas cada vez que les pongan cabe. De esos desangelados angelitos a los que no les queda más remedio que sacarse veinte para sentir que tan feos no son. Que, después de todo, no huelen tan raro. ¿Por qué no cantaban villancicos los brigadieres, a ver? ¿O los titulares de la selección Adecore de básket o los de la escolta? Poco les importó que fuéramos el hazmerreír de toda una era, se hicieron ricos vendiendo miles de discos con todas esas versiones atroces de las canciones -ya de por sí, bastante candelejonas-que cantábamos. Porque eso es lo peor de todo: nos hicieron creer que cantábamos. ¡Canallas! ¡Desalmados! Desperdiciamos nuestros mejores años en abusivos ensayos interminables, en deprimentes chocolatadas para envenenar a los pobres con disimulo, en peregrinar por todos esos programas femeninos en que nos hacían languidecer hasta la última secuencia y, cuando por fin empezábamos el play-back, nos lanzaban las letritas encima y, a la mala, nos sacaban del aire. Nos vendieron al por mayor como si fuéramos conservas. Grated de nerd. A sol cincuenta. Y todo en nombre de esa colorida exacerbación de la injusticia a la que llaman Navidad. Deberíamos ser asesinos en serie ahora. Con todo derecho. Descuartizadores sanguinarios. Nos arrebataron nuestra niñez y nos dieron a cambio una pandereta.

Ahora me ocurre con una frecuencia cada vez mayor: tengo pesadillas en las que estoy ante un gran jurado y trato de hacer una solemne confesión, de decir toda la verdad y nada más que la verdad que me ha sido revelada, por obra y gracia del Zoloft que debería empezar a tomar, mas de mi garganta no logra salir otra cosa que esto:

Tuqui-tuqui-tuqui-tuqui

Tuqui-tuqui-tuqui-tu

Cuando, de un solo salto, me despierto, la tonadita endiablada toma posesión de mí y se queda zumbándome en la cabeza como un abejorro atrapado en un pomo:

Con mi burrito tamalero

voy camino de Belén.

Si me ven, si me ven,

voy camino de Belén.

Y ni siquiera es tamalero, es tabanero pues viene de tábano, la mosca del ganado. Es el colmo. Hasta en eso nos engañaron. Basta ya. Abajo la fruta confitada. Empuñad pavorosas luces de bengala, toribianitos del ayer: asolad esta ciudad malvada y farisea, incendiad con ellas todo papa noel de teknopor, toda guirnalda, toda tarjeta musical, todo pesebre.

SOPA LE DIERON AL NIÑO. Los mejores pediatras están de acuerdo. A un recién nacido nunca se le debe dar sopa. Partamos de allí. Estaba más que cantado que el niño no se la iba a querer comer. Y, para remate, le faltaba sal. Porque eso dice la letra: Y como estaba tan dulce, se la tomó San José.

¿A ver, organicémonos: qué es lo que estaba tan dulce? ¿El niño, la sopa o San José? Para unos papás primerizos y chochos, todos los neonatos son dulces, hasta los más repelentes renacuajos. Y digamos que esa expresión de arrobamiento del progenitor podría también ser confundida fácilmente con dulzura. ¿Pero dulce, la sopa?. ¿cómo dulce? ¿Confundieron el sillao con la esencia de vainilla? ¿Cómo dulce? ¿No sería champús, quáker con manzana, arroz zambito, leche de monjas, mazamorra de maizena? ¿Qué sopa era esa? Muy sencillo: era anush abur, tradicional sopa dulce que, desde entonces, se prepara a base de calabazas para celebrar las navidades en Armenia. Tanto tiempo cantando sin saber ni qué cantamos. Hemos vivido en la ignorancia más supina. Pero, al final, la verdad siempre se abre paso. Otro éxito del periodismo de investigación.

PERO MIRA CÓMO BEBEN LOS PECES EN EL RÍO. Intrigado ante este inextricable misterio pascual que me ha perseguido durante décadas, decidí este año entrevistar a distinguidas personalidades a fin de recabar sus impresiones sobre el particular. Como quiera que actualmente domicilio en lontananza (palabra esta que, de acuerdo a la docta opinión de no me acuerdo quién, tiendo a repetir con pretenciosa y francamente insoportable frecuencia, lo cual demuestra que soy cualquier cosa menos escritor), llevé a cabo la consulta por vía electrónica, con miras a esclarecer tan acezante enigma. En un mensaje masivo -que, como yapa, contenía reciente fotografía del arriba firmante posando con alegórico y ciertamente oportuno paisaje nevado como fondo- se solicitó al 100% de los interrogados (cuatro puntas, en total) leer con cuidado la siguiente y muy conocida estrofa:

Pero mira cómo beben los peces en el río.

Pero mira cómo beben por ver a Dios nacido.

Beben y beben y vuelven a beber,

Los peces en el río,

Por ver a Dios nacer.

Hecho lo cual, debieron responder -de acuerdo con su personalísimo punto de vista- a estas dos simples preguntas:

1. ¿Beben los peces? ¿Es científicamente posible que sea así? Imposible -dijo el reverendo diácono M. Ferreyros, más conocido entre los feligreses de la parroquia "Yo Reinaré" como el Padre Foco- aquí lo que ha ocurrido es un evidente error de transcripción. Las escrituras hablan de bueyes y jumentos, mas nunca de peces merodeando por las inmediaciones del célebre granero. Esto nos lleva a pensar que, muy probablemente, en su versión primigenia, el cántico haya rezado: "Pero mira cómo beben las reses en el río", pese a que no existe registro hagiográfico de río alguno desde cuyas orillas, al abrevar, pueda el ganado contemplar a simple vista el bendito portal. De otro lado, la estrecha similitud entre las voces que -en arameo y en sánscrito- designan al sustantivo pez y al verbo pescar podría también haber desencadenado el malentendido, siendo entonces que el coro del popular tema tendría, más bien, que haber dicho: "Pero mira cómo pescan los bebes en el río." Podría aducirse que los bebes no pescan pero, vamos, en ciertas familias, en algunos países -como este- es perfectamente posible seguir siendo "el bebe" por tiempo indefinido. (Véase, por ejemplo, la clara alusión que encontramos en: Canta, ríe, bebe, que hoy es nochebuena y en estos momentos no hay que tener pena. Es innegable que hace referencia, pues, al ñaño ya que, de lo contrario, se trataría de una deliberada y poco pía incitación a la embriaguez que, no obstante, guardaría concordancia con la abierta provocación al fornicio que hallamos en ese polémico verso de otro cantar que proclama Alegría, alegría y placer!). Pero, volviendo al río, si recordamos lo que Herodes acababa de mandar hacer -tres días antes- con todos los infantes de la zona, menos con uno, lo más probable es que ya no quedara ningún otro bebe por allí.

2. ¿Y si fuera cierto que los peces beben , qué beben? Agua, por lo menos, no -me informa, prestísimo, el ecologista Gonzalo González, en el término de la distancia-. Los peces respiran agua, no se la toman. De haber sido una pecera, podríamos haber inferido que, al carecer de una adecuada visibilidad a causa del efecto de refracción del agua, los peces estuvieran intentando bebérsela toda en un loco afán por alcanzar a ver con mayor nitidez y no perderse un solo detalle del parto más importante de todos los tiempos. Esta es la nada desdeñable teoría de la destacada terapista infantil Milagritos Esquivel. Pero, salvo, algunos envidiados cronistas del damero de Pizarro, no hay nadie que pueda beberse un río, así que ese solo detalle la hace rodar por tierra. A la teoría, no a la autora. Ya quisiera. Ahora bien, nuestra rica zoología marina nos ofrece un claro ejemplo de pez bebedor: el borracho, especie que abunda en los colectores de aguas negras de La Chira y que se caracteriza por la ingesta indiscriminada de desechos orgánicos. Pero eso nada tiene qué ver con el erudito tema que hoy nos ocupa, lo cual no quita que yo, esta noche, vaya a beber hasta ver un dios. O, lo que es más probable: a dos.

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